LA FIGURA NEGRA

 

¡Me encanta el verano!

Siempre voy al pueblo de mi padre y me junto con otros chavales que tampoco viven allí pero que vuelven todos los años obligados un poco por sus padres.

La verdad es que yo al principio también iba por obligación hasta que conocí a Silvia y a Max.

Pasamos los días en la piscina y las noches de fiesta bailando y bebiendo en la orilla del rio. Siempre quedamos en el mismo claro debajo del viejo pino aislado de la arboleda que nos oculta de cualquier mirada indeseada de cualquier adulto que pueda pasar por allí. 

Mi padre siempre nos aconsejaba que no entráramos allí, que no es un sitio adecuado para estar de noche, pero a nosotros nos encanta estar allí, ya que se está muy a gusto en la sombra de aquel viejo árbol, y lo mejor de todo era que nunca pasaba nadie por allí lo que nos permitía hacer lo que queríamos.

No entendía porque me daba esa advertencia hasta que una noche sucedió algo que nunca podré olvidar…

Estábamos allí de risas y hablando de nuestras cosas hasta que en un momento de la noche Silvia, empezó a ponerse blanca, y no paraba de temblar. 

Al principio no entendíamos nada y llegamos a pensar que Silvia había perdido un poco la cabeza. Ya que comenzó a gritar diciendo: «Hay alguien o algo entre los pinos. «»Me está mirando fijamente.»  Al decirlo nos giramos en la dirección que señalaba y no vimos nada. 

Todos comenzamos a reír bromeando y le dijimos que dejara de beber. Ella no salía de su temor, ya no veía la figura pero estaba segura que no se la había imaginado.

Varios nos ofrecimos a ir hasta el sitio para que se convenciera de que no había nada ni nadie.  Así que fuimos al lugar que nos indicó Silvia. 

Tras la comprobación, no vimos nada y Silvia se tranquilizó. Todos seguimos riendo y charlando cuando esta vez fui yo el que se sentía observado por alguien. Ese hombre pálido mirándome fijamente. ¡ERA VERDAD! … Me entró tal desesperación que comencé a gritar. Silvia lo volvió a ver y también gritaba.

Nadie entendía nada pero nos pedían que parasemos la broma, que se estaba haciendo pesada… Pero nosotros insistíamos: «no es una broma. ¿Acaso no le veis?» Nadie le vio ya que había vuelto a desvanecerse.

Algunos fueron a mirar otra vez… ¡nada! Seguimos allí pero yo ya no estaba nada a gusto…de repente Max gritó un fuerte… «Dios, ¿Qué es eso?»… de una forma agónica, se levantó y empezó a correr hacía el pueblo…todos le imitamos. No tuve tiempo de girarme y mirar, pero sé lo que vio. Esa figura de mirada pálida penetrándole…

Nunca más volvimos allí…nadie de nosotros se ha atrevido nunca a comentarlo…pero estoy seguro que no somos los únicos que lo hemos visto. Ya sé porque mi padre me decía que no entráramos allí…y porque nunca me decía la razón. Él, al igual que yo, no quiere nombrarlo nunca más.

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